- Se cumplen 34 años del accidente nuclear de Chernóbil. 31 personas mueren en el primer momento. 116 000 personas son evacuadas de urgencia. Actualmente los 30 kilómetros de aislamiento alrededor de la central nuclear permanecen vigentes.
- En el aniversario de la tragedia que mantiene la zona inhabitable, el Movimiento Ibérico Antinuclear manifiesta su rechazo a la prórroga en el funcionamiento de la centrales nucleares del país.
- Desde el 3 de abril la zona de exclusión por radioactividad sufre un incendio. Las informaciones oficiales reconocen que la radiación se ha multiplicado por 16, ya que el calor ha removido las cenizas radioactivas.
Cuando miras largo tiempo a un abismo, también este mira dentro de ti (Nietzsche)
El 26 de abril de 1986 varias explosiones y un gran incendio destapan el reactor número 4 de la central nuclear de Chernóbil. Se inicia así una tragedia de dimensiones gigantescas. Millones de partículas radiactivas son expulsadas a la atmósfera, una cantidad 500 veces superior a la liberada por la bomba atómica de Hiroshima. Con ello, la vida de miles de personas y del medioambiente se apaga dolorosamente; una enorme nube radiactiva recorre millones de kilómetros amenazando la salud y la seguridad en varios países europeos. En el primer momento 31 personas mueren y 116.000 personas son evacuadas de urgencia. A día de hoy, en torno a seis millones de personas han visto afectada su salud por la radiación y siguen vigentes los 30 kilómetros de aislamiento alrededor de la central nuclear.
Para aislar la emisión de radiación del reactor nuclear, se construyó un primer sarcófago de urgencia para cubrir el reactor accidentado y aislarlo del exterior. Los otros reactores de la central siguieron funcionando hasta el 15 de diciembre de 2000. Poco a poco, la radiación corroe la estructura y de nuevo el peligro se hace patente. Por ello, en 2010, la empresa francesa Novarka comenzó la construcción del segundo sarcófago con un coste aproximado de 1.500 millones de euros, para evitar la liberación de contaminantes radiactivos, proteger el reactor de la influencia externa, facilitar el desmontaje y el desmantelamiento del reactor y evitar la intrusión de agua, que terminó en 2019, y junto a la construcción de un almacén radiactivo supone una inversión total de 2.150 millones de euros para lograr un sellado que pueda durar unos 100 años.
Las últimas noticias son preocupantes. Se ha producido durante varias semanas un gran incendio en torno a la central nuclear clausurada que ha estado muy cerca de llegar a la misma, liberando la radiactividad fijada por los árboles y el suelo, pudiendo expandir los efectos de la tragedia del 26 de abril de 1986.
Según los datos que han hecho públicos las autoridades oficiales, se han arrasado más de 100 hectáreas de la superficie cercana a la población de Vladímirovka, en las proximidades a la planta nuclear. Según las estimaciones, hay 34.000 hectáreas afectadas, y un segundo fuego ocupaba un área de 12.000 hectáreas. Además de los efectivos movilizados por el gobierno, que trataron de poner freno al avance del fuego con hidroaviones y helicópteros, ya se han vertido 500 toneladas de agua sobre las llamas.
Los niveles de radioactividad se han multiplicado con el incendio. Las informaciones oficiales reconocen que la radiación se ha multiplicado por 16, ya que el calor ha removido las cenizas radioactivas. El apoyo de personas voluntarias permitió cavar trincheras que sirvieran como cortafuegos alrededor del sarcófago que cubre el reactor accidentado, y así evitar que el incendio alcance la central nuclear. Al igual que sucediera en 1986, ha sido necesario que personas voluntarias sean expuestas a la radiactividad liberada al remover el suelo.
El ser humano es la única criatura que tropieza dos veces en la misma piedra y así lo demuestran los accidentes nucleares posteriores, como Fukushima en 2011. Sigue pendiente un cierre ordenado de las centrales funcionando en 1986, poniendo fin a la construcción y uso de más centrales, así como los ensayos armamentísticos. Ninguna partícula radiactiva es inocua en cualquiera de sus formas.
Afortunadamente, tras este accidente al menos tuvimos la sensatez de no seguir con los planes de construcción de miles de reactores que había en aquel momento, y este accidente paró el inicio de construcción y los planes de nuclearización. Desde 1989 solo se han construido un total de 22 reactores en funcionamiento, con aumento importante únicamente en China en los últimos diez años, pero sin llegar a superar en gran número los cierres que ya se están produciendo. Ahora estamos en el momento de aumentar el declive de esta peligrosa industria, parando las pocas construcciones y sin alargar los permisos del resto. El propio sector ya ha sumido el triunfo de las energías renovables no solo por su papel frente a la emergencia climática, sino también por su bajo coste y menor riesgo.
El Movimiento Ibérico Antinuclear (MIA) sigue planteando una pregunta: ¿era necesario construir centrales nucleares para dotarnos de energía suficiente o seguir manteniendo estas estructuras cuando han alcanzado ya su obsolescencia? Para las organizaciones que forman el movimiento, la respuesta cada día es más obvia. Rotundamente no. Existe una enorme capacidad de generación energética con fuentes renovables, además de soluciones de ingeniería para aumentar la eficiencia energética y adaptar el consumo a la producción.
El poder económico construido desde el sistema actual ha privatizado los beneficios del expolio del planeta, cargando el coste y los residuos sobre la casa común tanto del ser humano como del resto de seres. La energía que debería ser un bien para todos se ha convertido en moneda de cambio sin la cual el bienestar no es posible ni siquiera para la satisfacción de las necesidades más básicas como el alimento, el techo y la ropa.
Un hecho del que nunca se habla, reflejado en cómo se ha costeado el sellado en Chernóbil con dinero público: los residuos radiactivos. Muchos perdurarán hasta 300.000 años. La gestión de los residuos radiactivos está siendo pagada por el conjunto de la sociedad, gestión que a la que habrán de hacer frente generaciones venideras, sin haber disfrutado de la energía, si quieren evitar la emisión continuada de millones de partículas no solo a la atmósfera, sino también a ríos, lagos y mares y la gran reserva de acuíferos del planeta así como la contaminación de suelos y de la flora y fauna cuyos ecosistemas cada vez están más amenazados y sin los cuales, la supervivencia de la vida humana es imposible.
Las generaciones actuales tenemos dos deudas, una con la vida en la Tierra, un hecho maravilloso y excepcional, y otra con las nuevas generaciones que tienen el derecho a disfrutar de un planeta sano. Tenemos la responsabilidad de preservar el legado que recibimos de quienes nos precedieron y la obligación de legar un planeta habitable a las nuevas generaciones.
Desde el MIA hemos elegido la vida. Queremos rendir homenaje a quienes sacrificaron la suya para que el futuro exista, para salvar la de millones.